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La
Iglesia Ortodoxa ha enfatizado siempre que el reconocimiento de
un santo, antes de ser confirmado como tal por las Autoridades Eclesiásticas,
surge de la conciencia del pueblo de Dios que venera, aún en vida,
a una persona por su santidad, y aun más después de su muerte.
En este sentido el pueblo ortodoxo, a lo largo de la historia,
ha venerado a San Jorge y agradecido su eficaz intercesión, a tal
grado que es impresionante el número de iglesias construidas, desde
el siglo IV hasta la fecha, dedicadas a este Gran Mártir de Cristo
y puestas bajo su patrocino; y todavía más, que casi no haya familia
en la que alguno de sus miembros no lleve su nombre.
Jorge nació en la ciudad de Al-Led, Palestina, de una familia distinguida por su posición social, en el año 280. Al cumplir los 17 años, se incorporó al ejército; su notable entrega y valor impresionó de tal manera al emperador Diocleciano que rápidamente lo ingresó a su guardia real.
Poco después, Diocleciano emprendió su encarnizada persecución en contra de los cristianos, y los ríos de sangre desbordaron como nunca antes. Sin embargo, la fe de Jorge, antes que nada, soldado de Cristo, ni siquiera se tambaleó, sino que fortalecida, se enfrentó con toda valentía al emperador, proclamó su cristianismo y defendió su fe, la fe en Jesucristo, Dios verdadero.
Diocleciano, encolerizado, ordenó torturar a Jorge, pero todos los dolores
no pudieron vencer la Gracia de Dios que apoyó al Mártir en su testimonio.
Entonces, el emperador, frustrado por su impotencia de hacer vacilar
la sólida fe de Jorge, mandó decapitarlo. El soldado de Cristo lleno
de alegría, con esa valentía que lo caracterizaba y con la luz de
la Gracia Divina resplandeciendo en su rostro, inclinó la cabeza
ante el verdugo. Su cabeza cayó, su alma se elevó al Cielo, su fama
se difundió por todo el imperio, y su amor conquistó los corazones
de los fieles que han gozado y gozan de su intercesión, manifestada
en milagros, curaciones, consuelos y fortalecimiento de su fe hasta
el día de hoy.
Este cariño del pueblo de Dios hacia San Jorge le hizo aplicar
al Soldado de Cristo, un antiguo mito referente a un guerrero que,
defendiendo a su pueblo, mata al dragón que quiere devorar a la
bellísima princesa. La Iglesia aceptó esta asimilación y pintó a
San Jorge como el soldado que con la lanza de su intercesión ha
vencido al demonio y rescatado a la Iglesia, la Novia Inmaculada
de Cristo, de cuantiosos peligros que la han rodeado. Que sus intercesiones
sean para con todos nosotros. Amén
Como de los cautivos Libertador y de los
necesitados Protector, de los enfermos Médico, y defensor de la
Iglesia,
¡oh Victorioso y Gran Mártir Jorge!:
intercede a Cristo Dios por la salvación de nuestras almas.
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