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Nuestro
Santo Padre Nicolás, Emulador de los Apóstoles y ferviente imitador
del Señor Jesucristo, aparece como pilar viviente de la Iglesia,
entusiasta y defensor de la fe y modelo pastoral. A través de sus
innumerables milagros hacia los pobres, los abandonados, hacia aquellos
que sufren injusticias y hacia todos aquellos que piden su paternal
protección, se ha mostrado hasta nuestros días como un buen siervo
de diversas gracias de Dios.
San Nicolás nació en Patara, Lycia hacia el final del siglo III,
de padres cristianos que habían estado sin hijos. Desde la infancia
mostró su amor hacia la virtud y su fervor por observar los ritos
de la Iglesia, absteniéndose del pecho de su madre los miércoles
y los viernes hasta el anochecer. Piadoso e inclinado al silencio,
fue educado en teología y desde muy joven fue ordenado sacerdote
por su tío, el arzobispo Nicolás. Por muchos años, velar, ayunar
y rezar fueron virtudes que superó, pero al morir sus padres, dejando
su herencia a los necesitados, la virtud de la limosna se convirtió
en la más grande gloria del discípulo de Dios. El se refería
a sí mismo simplemente como un sirviente de los bienes que pertenecían
a los pobres y tuvo particular preocupación por mantener en secreto
sus buenos actos, a fin de no perder la celestial recompensa. En
tres ocasiones, en secreto dejó oro suficiente para la dote de matrimonios
de tres doncellas, cuyo padre para salir de deudas intentaba darlas
en prostitución, cuando el hombre eventualmente descubrió sus buenos
actos, Nicolás le hizo prometer, así como apreciaba su salvación,
no decir a nadie sobre ésto.
Dios lo recompensó con carismas y milagros por lo que se hizo famoso
a la vista de los hombres. En peregrinación a los lugares santos,
por su oración, dos veces calmó los vientos que ponían en peligro
a la embarcación en la que navegaba.
Poco después de su regreso, un ángel le informo al sínodo de obispos
que se reunieran para elegir a un pastor cerca de la ciudad de Mira
y que debían elegir a Nicolás, lo cual ellos hicieron para alegría
del pueblo. Durante la ultima gran persecución bajo Diocesano y
Maximino (c.305), San Nicolás fue puesto en prisión, donde continuó
confirmando su arraigo espiritual en la Fe. Con el asenso de Constantino,
San Nicolás estaba muy entusiasmado por la destrucción de los templos
idolatras y por la expulsión de los demonios que habitaban en ellos.
Entre los padres reunidos en Nicea en el 325 por el primer concilio
ecuménico, Nicolás fue uno de los dirigentes vencedores de la Ortodoxia
en contra de la herejía impía de Arrio de la cual brotaron rápidamente
problemas y dividieron al Santo Cuerpo de Cristo.
Nicolás salvó a la ciudad de Mira de la escasez apareciéndose
(aún en vida) al dueño de un barco cargado con maíz, y diciéndole
que descargara su cargamento en esa bahía. Después, el hombre de
Dios, salvó la vida de tres oficiales romanos que injustificadamente
habían sido acusados de conspiración, apareciéndose
en un sueño al emperador Constantino y al pérfido prefecto Avladius.
Llenos de gratitud al santo por su salvación, los tres soldados
se convirtieron en monjes; y en muchas otras ocasiones después de
su muerte así como durante su vida, San Nicolás, milagrosamente
socorrió a barcos en peligro y a personas que viajaban, por eso
es venerado como el protector de todo aquel que navega en los mares.
Así, un día durante un vendaval, se apareció en el timón de un barco
en peligro y lo trajo a salvo al puerto; en otra ocasión rescató
a un pasajero que se cayó de la borda clamando “¡San Nicolás ayúdame!”
y se encontró a sí mismo en su casa rodeado de su sorprendida familia.
Por muchos años, el santo obispo fue como la presencia de Cristo,
el amigo de la humanidad y un buen pastor a su feligresía.
No hubo desgracia que no moviera su compasión ni injusticia que
no pudiera corregir, ni discordia que no pudiera calmar. Donde quiera
que él pudiera estar, su semblante iluminado y la atmósfera radiante
de paz que lo rodeaba era instantáneamente reconocido. Cuando se
durmió en paz su pueblo lamentó la pérdida de su pastor y de su
providencia, a través de los cuáles habían recibido muchos
beneficios, pero los ángeles y los santos se regocijaron con la
gran alegría de recibir al humilde Nicolás entre ellos. Sus sagradas
reliquias situadas en una iglesia construida en su honor en Mira,
son veneradas por las multitudes de los peregrinos cada año. Un
día, el demonio, incapaz de tolerar la gloria que mostraban por
la tumba de San Nicolás, tomó forma de una mujer vieja y pobre y
acosó a los peregrinos que salían hacia Mira, lamentando que no
era capaz de viajar por ella misma, y confiándoles un frasco de
aceite para sus lámparas que las encendería perpetuamente ante el
sepulcro. Durante el viaje, Nicolás se le apareció al capitán del
barco y le dijo que arrojara el aceite mágico al mar, inmediatamente
después la superficie del agua se incendió y se arremolinó violentamente
en llamas para terror de los pasajeros quienes daban gracias a Dios
por haber salvado el santuario a través de su Santo. En 1087, después
de la caída de Mira con los Aracenos, las sagradas reliquias de
San Nicolás fueron trasladadas a Bari en el sur de Italia acompañadas
por varios milagros, y ahí son veneradas hasta estos días (c.f.
9 de mayo).
San Nicolás, junto con San Jorge es uno de los santos más queridos por el pueblo cristiano del Oriente y Occidente. Las iglesias dedicadas a él son tan incontables como los lugares y los fieles mencionados después de él. El es especialmente venerado por el pueblo ruso como el protector de las cosechas, y en Occidente es referido como el patrón de los jóvenes en general.
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