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Naci�
en el pueblo de Nazianzo, cerca de Cesarea de Capadocia, hoy dentro
del territorio de Turqu�a. Su padre, San Gregorio el Anciano, era
pagano pero, por la fe de su esposa y su cristiana moral, se convirti�,
fue bautizado y anduvo en los caminos de la virtud a tal grado que
fue elegido para la sede episcopal de Nazianzo.
En este ambiente creci� el hijo Gregorio. La condici�n desahogada
de su familia le permiti� realizar bastantes estudios en Cesarea
y Atenas: literatura, poes�a y ret�rica. En esta etapa de su vida
conoci� a su amigo m�s �ntimo, san Basilio �cuando nos conocimos
�escribe san Gregorio- y se aclar� el deseo com�n de estudiar la
verdadera filosof�a, cada uno se volvi� todo para el otro. Tuvimos
la misma casa, la misma mesa donde estudiar, y las mismas emociones;
nuestros ojos miraban hacia el mismo objeto; y d�a con d�a el cari�o
se incrementaba y se afirmaba.� En una carta el estudiante Gregorio
escribi� a Basilio: �te respiro m�s que el aire. Yo, est�s presente
o ausente, no vivo m�s que el tiempo en el que est�s conmigo.�
Gregorio se ofreci� a s� mismo como ofrenda ante Dios; su generosidad con los pobres lo dej� libre de cualquier riqueza mundana, y su anhelo m�s grande era ir hacia el retiro y el silencio. Se puso de acuerdo con su amigo Basilio para construir una ermita donde vivieron juntos en oraci�n, ayuno, estudio de la Biblia y salmodia, y juntos pusieron las reglas de la vida mon�stica.
El Santo regres� a Nazianzo ya que su padre hab�a alcanzado los
80 a�os y necesitaba quien le ayudara en los asuntos del reba�o.
Los fieles, espont�neamente, agarraron a Gregorio y, en contra de
su voluntad, lo llevaron hacia la iglesia a fin de que fuera ordenado
sacerdote, �l se sujet� a la realidad despu�s de un conflicto interior
que dur� bastante tiempo: �uno tiene que purificarse a s� mismo
antes de purificar a los dem�s, que hacerse sabio antes de llevar
la sabidur�a a los otros, volverse luz antes de dar la luz, ser
santificado antes de santificar a los dem�s...� Gregorio trabajaba
en Nazianzo en silencio escribiendo y predicando sin dejar de ejercer
su ascetismo a su manera.
Durante el combate entre los ortodoxos y los arrianos (una herej�a
del siglo IV que negaba la divinidad de Cristo), San Gregorio fue
elegido obispo de Constantinopla, -ciudad que en aquel entonces
hab�a pasado 40 a�os en el cautiverio arriano-, ni un templo se
le ofreci� a Gregorio donde pudiera reunirse con los fieles. Uno
de sus parientes le brind� su casa, as�, convirti� una de las salas
en la iglesia �de la Resurrecci�n�. Precisamente en este lugar,
el Santo pronunci� sus cinco homil�as teol�gicas que le dieron el
t�tulo de �Te�logo�, t�tulo que nadie hasta entonces hab�a tomado
excepto San Juan el Evangelista. Gregorio, a�n pobre en el esp�ritu,
sin belleza ni aspecto respetables, el Esp�ritu de Dios actuaba
en él con gran efectividad, y su palabra atra�a activamente.
As�, sus homil�as devolvieron los corazones de los constantinopolitanos
hacia la recta fe.
En el a�o 381 se convoc� el segundo Concilio Ecum�nico en Constantinopla;
el obispo Gregorio era el presidente de este asamblea de obispos,
pero su pobre y humilde aspecto no les pareci� para nada a algunos
de los presentes as� que empezaron a atacarlo. Frente a este dolorosa
escena, el obispo caracterizado por su sensibilidad, pidi� retirarse
de su cargo episcopal y pronunci� una palabra afectuosa defendiendo
su labor pastoral en la ciudad de Constantinopla, y, otra vez regres�
a su ciudad natal donde pas� el tiempo restante de su vida como
siempre anhelaba: escribiendo poemas, aclarando la fe, con oraci�n
y ascetismo. Muri� el a�o 389 con m�s de 60 a�os de edad.
Sus reliquias fueron trasladados, apenas despu�s de su muerte, a Constantinopla donde quedaron hasta que los Cruzados las robaron y llevaron a Roma en 1204. Hoy se encuentran en el Vaticano, en la Iglesia de San Gregorio, dise�ada por Miguel �ngel. Sus interseciones sean con nosotros. Am�n.
La trompeta pastoral de tus discursos
teol�gicos,
super� y venci� a las trompetas de los elocuentes.
Pues, buscando la profundidad del Esp�ritu, adquiriste la excelencia
de la elocuencia.
Oh Padre Gregorio, intercede ante Cristo Dios, por la salvaci�n
de nuestras almas. |