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25 de Enero : SAN GREGORIO EL TEÓLOGO

Naci� en el pueblo de Nazianzo, cerca de Cesarea de Capadocia, hoy dentro del territorio de Turqu�a. Su padre, San Gregorio el Anciano, era pagano pero, por la fe de su esposa y su cristiana moral, se convirti�, fue bautizado y anduvo en los caminos de la virtud a tal grado que fue elegido para la sede episcopal de Nazianzo.

En este ambiente creci� el hijo Gregorio. La condici�n desahogada de su familia le permiti� realizar bastantes estudios en Cesarea y Atenas: literatura, poes�a y ret�rica. En esta etapa de su vida conoci� a su amigo m�s �ntimo, san Basilio �cuando nos conocimos �escribe san Gregorio- y se aclar� el deseo com�n de estudiar la verdadera filosof�a, cada uno se volvi� todo para el otro. Tuvimos la misma casa, la misma mesa donde estudiar, y las mismas emociones; nuestros ojos miraban hacia el mismo objeto; y d�a con d�a el cari�o se incrementaba y se afirmaba.� En una carta el estudiante Gregorio escribi� a Basilio: �te respiro m�s que el aire. Yo, est�s presente o ausente, no vivo m�s que el tiempo en el que est�s conmigo.�

Gregorio se ofreci� a s� mismo como ofrenda ante Dios; su generosidad con los pobres lo dej� libre de cualquier riqueza mundana, y su anhelo m�s grande era ir hacia el retiro y el silencio. Se puso de acuerdo con su amigo Basilio para construir una ermita donde vivieron juntos en oraci�n, ayuno, estudio de la Biblia y salmodia, y juntos pusieron las reglas de la vida mon�stica.

El Santo regres� a Nazianzo ya que su padre hab�a alcanzado los 80 a�os y necesitaba quien le ayudara en los asuntos del reba�o. Los fieles, espont�neamente, agarraron a Gregorio y, en contra de su voluntad, lo llevaron hacia la iglesia a fin de que fuera ordenado sacerdote, �l se sujet� a la realidad despu�s de un conflicto interior que dur� bastante tiempo: �uno tiene que purificarse a s� mismo antes de purificar a los dem�s, que hacerse sabio antes de llevar la sabidur�a a los otros, volverse luz antes de dar la luz, ser santificado antes de santificar a los dem�s...� Gregorio trabajaba en Nazianzo en silencio escribiendo y predicando sin dejar de ejercer su ascetismo a su manera.

Durante el combate entre los ortodoxos y los arrianos (una herej�a del siglo IV que negaba la divinidad de Cristo), San Gregorio fue elegido obispo de Constantinopla, -ciudad que en aquel entonces hab�a pasado 40 a�os en el cautiverio arriano-, ni un templo se le ofreci� a Gregorio donde pudiera reunirse con los fieles. Uno de sus parientes le brind� su casa, as�, convirti� una de las salas en la iglesia �de la Resurrecci�n�. Precisamente en este lugar, el Santo pronunci� sus cinco homil�as teol�gicas que le dieron el t�tulo de �Te�logo�, t�tulo que nadie hasta entonces hab�a tomado excepto San Juan el Evangelista. Gregorio, a�n pobre en el esp�ritu, sin belleza ni aspecto respetables, el Esp�ritu de Dios actuaba en él con gran efectividad, y su palabra atra�a activamente. As�, sus homil�as devolvieron los corazones de los constantinopolitanos hacia la recta fe.

En el a�o 381 se convoc� el segundo Concilio Ecum�nico en Constantinopla; el obispo Gregorio era el presidente de este asamblea de obispos, pero su pobre y humilde aspecto no les pareci� para nada a algunos de los presentes as� que empezaron a atacarlo. Frente a este dolorosa escena, el obispo caracterizado por su sensibilidad, pidi� retirarse de su cargo episcopal y pronunci� una palabra afectuosa defendiendo su labor pastoral en la ciudad de Constantinopla, y, otra vez regres� a su ciudad natal donde pas� el tiempo restante de su vida como siempre anhelaba: escribiendo poemas, aclarando la fe, con oraci�n y ascetismo. Muri� el a�o 389 con m�s de 60 a�os de edad.

Sus reliquias fueron trasladados, apenas despu�s de su muerte, a Constantinopla donde quedaron hasta que los Cruzados las robaron y llevaron a Roma en 1204. Hoy se encuentran en el Vaticano, en la Iglesia de San Gregorio, dise�ada por Miguel �ngel. Sus interseciones sean con nosotros. Am�n.

La trompeta pastoral de tus discursos teol�gicos,
super� y venci� a las trompetas de los elocuentes.
Pues, buscando la profundidad del Esp�ritu, adquiriste la excelencia de la elocuencia.
Oh Padre Gregorio, intercede ante Cristo Dios, por la salvaci�n de nuestras almas.