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El
Padre José, “el sacerdote Yosef El- Hadad, originario de Beirut,
damasceno por patria y ortodoxo por religión”, como se presentaba
a si mismo, nació en Damasco en el año 1793 de una familia pobre
y piadosa. Desde su infancia gustó del conocimiento y, no obstante
las grandes dificultades económicas, aprovechaba toda oportunidad
para estudiar, y así continuó durante su juventud. En esta época
la enseñanza general se impartía en estrecha relación con el conocimiento
de lo divino, de allí que para el joven Yosef, la Biblia era su
libro de mayor interés. Mas sus padres carnales, temerosos de su
futuro, decidieron casarlo a la edad de 19 años. Sin embargo, este
acontecimiento no lo alejó del estudio ni de su vocación por el
conocimiento.
La comunidad ortodoxa de Damasco, al tanto de sus virtudes y capacidades,
acudieron ante el patriarca para pedirle la ordenación de José como
su pastor. De esta manera, en el año 1817, fue ordenado sacerdote
mostrando desde un principio fuerza y sabiduría en su predicación,
particularmente en las homilías que dió en la iglesia dedicada
a Santa María (Al- Mariamíah). Muchos lo consideraban como el segundo
Crisóstomo. Otros más dicen de él: “los ancianos (presbíteros) musulmanes,
hasta cuarenta años después de su muerte, todavía repiten partes
y dichos de sus homilías”.
El padre José fue pobre piadoso y paciente, tranquilo y humilde. Podía platicar sobre si mismo y aborrecer la soberbia y la vanidad: hasta le daba pena cuando lo alababan. Decía siempre: “ahora yo siembro en la viña verdadera de Cristo en Damasco y espero la cosecha.”
Sin duda, el Padre José fue el primer gran hombre del renacimiento
de la Iglesia antioquena en el siglo XIX, período en extremo difícil
en todos los órdenes: los melquitas recién habían abandonado la
Iglesia, dejando una estela de problemas; los emisarios protestantes
se mostraban muy activos en su proselitismo; la pobreza e ignorancia
golpeaban a toda la Iglesia. Los patriarcas de Antioquia, desde
1724, eran extranjeros y ajenos al sufrimiento del pueblo. Era la
imagen viva de un barco a la deriva, abandonado a la fuerza de los
vientos.
En estas circunstancias, el trabajo pastoral del padre José: homilías, traducciones, enseñanza y moral, contribuyó a favorecer una ambiente de resurgimiento, a agitar las almas y a reanimar el espíritu. Comenzó así a brotar una nueva generación.
Dentro de los personajes de gran importancia en la Iglesia revitalizada, más de medio centenar habían estudiado con él, aprendiendo de su celo cristiano: el patriarca Melatio Al- Dumani, primer patriarca árabe desde 1724, fue su discípulo; también el metropolita de Beirut, Gabriel Shatila, quien decía de nuestro Padre: “las estrellas de Damasco son tres: el apóstol Pablo, san Juan Damasceno, y José El- Hadad.”
Coronaría este siervo de Dios su vida con un final (o principio) digno de su gran celo y amor al Señor y a sus semejantes: su martirio.
En Damasco, a mediados del año 1860, tuvo lugar una matanza de
cristianos por los turcos musulmanes. En aquel día muchos fieles
se refugiaron en la iglesia Al- Mariamíah. El Padre José conservaba
en su casa el Viático (del cual da la comunión el sacerdote a los
enfermos), después de protegerlo lo colocó sobre su pecho y salió
rumbo a la iglesia, corriendo y saltando sobre las azoteas de las
casas. Ya en Al- Mariamíah pasó todo el día y la noche animando
a los fieles y confortándolos para no temer, pues, los que matan
el cuerpo no pueden matar el alma.
Durante la mañana del día siguiente, martes 10 de julio, los atacantes
invadieron las instalaciones de la iglesia, golpearon y mataron
a numerosos fieles, saquearon, ensuciaron y quemaron parte del templo.
Uno de los musulmanes reconoció al padre José y exclamó: “Ese es
el presbítero de los nazarenos, matándolo matamos a todos los nazarenos.”
Al sentir que su hora había llegado, el padre José tomó el Viático
y lo tragó, al tiempo que violentamente era atacado con armas de
fuego y hachas por unos, que más que verdugos, parecían leñadores
furiosos despedazando un tronco. Le colocaron grilletes en sus tobillos
y lo exhibieron por toda la ciudad.
Así, el Padre José, mártir de Cristo, dando testimonio, tanto con sus fatigas y desvelos, como con sus sufrimientos y sangre se hizo ejemplo digno de imitación e intercesor ferviente ante nuestro Señor Jesucristo a quien sea la gloria por los siglos.
El santo sínodo Antioqueno, que se realizó en Damasco en octubre de 1993, proclamó la canonización del sacerdote José El- Hadad como santo, determinando el día 10 de julio, día de su martirio, para su recuerdo.
Por las oraciones del sacerdote mártir José Damasceino y sus compañeros,
que el Señor Jesucristo tenga piedad de nosotros y nos salve. Amén.
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