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El
más grande y amado entre todos los oradores cristianos, San Juan
Crisóstomo, nació en Antioquia la Grande entre los años 344-347;
provenía de una noble familia, sus padres fueron Secundo, funcionario
civil en la administración militar de Siria, quien muere poco tiempo
después del nacimiento de Juan; y Anthusa, una excelente mujer y
una cristiana ejemplar, viuda a la edad de veinte años, quien se
hizo cargo de la educación piadosa y esmerada de su hijo, así como
de su primera hija. Juan recibió su enseñanza literaria del filósofo
Anthragathius y de Livanio, el sofista, quien fuera el más grande
maestro de la escuela retórica griega en aquel tiempo. Livanio era
pagano, y cuando le preguntaron antes de su muerte a quien consideraba
su mejor sucesor, contestó: "Por supuesto a Juan, si los cristianos
no lo hubiesen separado de nosotros," y sobre la madre de Juan opinó:
"¡Qué dignas mujeres tienen los cristianos!"
Después de terminar sus estudios, Juan ocupó el puesto de abogado y se hizo
muy famoso por su elocuencia. Pero muy pronto la vida mundana lo
aburrió. Al recibir el bautismo a la edad adulta, según las costumbres
de aquellos tiempos, quiso alejarse al desierto, pero se quedó en
la ciudad por petición de su madre.
Mientras tanto el obispo de Antioquia, Meletio, se enteró de su
extraordinaria inteligencia y lo ordenó lector en el año 370. En
este tiempo Juan estaba estudiando las Sagradas Escrituras y otras
ciencias relacionadas con la teología.
Al fallecer su madre, pudo cumplir su más gran deseo. Del año 374 al 381 vivió vida monástica en una ermita cerca de Antioquía; su extremo ascetismo minó su salud obligándolo a regresar a Antioquía, donde San Meletio lo ordenó diácono en el año 381.
San Meletio fue llamado a Constantinopla para presidir el Segundo
Concilio Ecuménico durante el cual se durmió en el Señor. En el
año 386 el obispo Flaviano ordena a Juan presbítero de la Iglesia
de Antioquía. Los doce años de su servicio en Antioquia fueron los
años más felices de su vida. Predicaba sin parar y participaba de
manera muy activa en las alegrías y tristezas de sus parroquianos.
Muchas veces sus sermones eran interrumpidos por fuertes aplausos.
Juan calmaba al público diciendo: "¿Para qué me sirven sus aplausos?
Arrepentimiento y conversión de vida hacia Dios, son los mejores
elogios para mí de parte de ustedes." Especialmente Juan se hizo
famoso por sus palabras referidas a las desgracias que amenazaban
a la gente de Antioquia por derrumbar las estatuas de los emperadores.
Muy pronto, en todo el mundo cristiano Juan se hizo famoso como
“El Crisóstomo” (Boca de oro) (este nombre le fue dado por su gran
elocuencia). Dada su fama, fue elegido por el pueblo como sucesor
de San Nectario –quien a su vez había sucedido a San Gregorio el
Teólogo-; y fue consagrado obispo de Constantinopla el 28 de febrero
de 398 por Teófilo, Patriarca de Alejandría.
Los primeros tiempos de su patriarcado fueron muy agradables para
Juan: empezó a luchar con todas sus fuerzas contra lo que quedaba
del arrianismo, por establecer la paz entre algunos obispos que
estaban en conflicto y por corregir al clero y a los parroquianos.
Pero esta enérgica actividad le trajo muchos enemigos, la más importante
de entre ellos, la emperatriz Eudoxia, quien encabezaba la lucha
contra Juan. Eudoxia era una mujer frívola y ambiciosa, había atraído
a su grupo al arzobispo Teófilo y junto con él se unieron los obispos
descontentos con Juan. Estos obispos organizaron un concilio en
una ciudad cerca de Calcedonia llamada la Encina en agosto del 403
y condenaron a Juan a dejar la cátedra y al exilio en el Ponto.
"La iglesia de Cristo no comenzó conmigo ni terminará conmigo" — les dijo Juan a los fieles y dejó la capital. Pero la misma noche hubo un terrible terremoto y sus golpes más fuertes se escucharon en el palacio. Asustada Eudoxia mandó pedir al Crisóstomo que regresará a la ciudad. Pronto el ambiente de reconciliación se transformó en nuevos enfrentamientos con Eudoxia. Pasaron dos meses y Eudoxia se entregó nuevamente a sus pasiones y vicios. En la fiesta de San Juan Bautista, el Crisóstomo inició su sermón con estas palabras: “Ya se enfurece nuevamente Herodías, nuevamente se conmueve, baila de nuevo y nuevamente pide en una bandeja la cabeza de Juan”. Sus adversarios consideraron estas palabras como una alusión a Eudoxia. Esta vez Juan fue condenado por rebeldía y fue enviado al exilio a Cucusa en el año 404, en la frontera de Cilicia y Armenia, adonde durante tres años acudían desde Antioquía muchos de sus antiguos fieles, por lo que sus enemigos decidieron desterrarlo a Pitio, lugar inhóspito cerca del Cáucaso.
El arduo viaje de 3 meses estuvo lleno de contrariedades y sufrimientos;
los rudos guerreros llevaban al Santo caminando a través de las
montañas con calor y lluvia torrencial. El Santo no alcanzó a llegar
a Pitio; entregó su alma al Señor cerca de Comana, en el Ponto,
en la capilla del Mártir Basilisco, donde durante la noche, tuvo
la visión del Santo Mártir, quien le dijo: "No te entristezcas,
hermano, mañana estaremos juntos." Al día siguiente, por la mañana,
después de comulgar los Santos Dones, y de pronunciar las palabras:
"¡Gloria a Dios por todo!" San Juan falleció en paz el 14 de septiembre
de 407.
Sus santas reliquias fueron trasladadas a Constantinopla 31 años
después por el Emperador Teodosio el Joven y Santa Pulqueria. Los
hijos de Arcadio y Eudoxia con fervientes suplicas pidieron perdón
por los pecados de sus padres; el retorno de estas santas reliquias
es celebrado el 27 de enero. El Crisóstomo hizo exhaustivos comentarios
sobre las Sagradas Escrituras y es el autor con más número de obras
entre los Padres de la Iglesia. Nos dejó comentarios sobre todo
el libro del Génesis, los Evangelios de San Mateo y San Juan, Hechos
de los Apóstoles y sobre todas las epístolas de San Pablo; 1447
sermones y 240 epístolas. Junto con esta conmemoración y la del
27 de enero, se le conmemora con los jerarcas de la Iglesia Basilio
el Grande y Gregorio el Teólogo el 30 de enero.
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