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Esta
fiesta de la Virgen se atribuye en el Oriente, más o menos, al siglo
VII, mientras en el Occidente al siglo XIV. Se caracteriza la fiesta
por una historia que tiene un sentido muy profundo.
La pareja virtuosa, Joaquín y Ana, siendo estéril, fue agraciada
por Dios con el fruto del vientre: María. Cuando la llevaron al
Templo donde iba a residir la niña de tres años, conforme a la promesa
que habían dado, Joaquín llamó a unas hebreas vírgenes para que
la acompañaran con lámparas. María se adelantó sin ningún temor
o vacilación y, al llegar al atrio del Templo, se encontró con Zacarías,
el sumo sacerdote, y se aventó a sí misma en sus brazos mientras
él decía: “El Señor te glorifica en toda generación, pues he aquí
que en ti, Dios revela, en los últimos días, la salvación preparada
para su pueblo.”
Luego, a pesar de la costrumbre, el sumo sacerdote introdujo a
la niña María en el Santo de los Santos, -parte del Templo inaccesible
a ninguno excepto el mismo sumo sacerdote que entraba una vez al
año para ofrecer un sacrificio por los pecados del pueblo- Zacarías
sentó a María en el tercer escalón del Altar; la Gracia del altísimo
descendió sobre ella, así que se paró y empezó a bailar de alegría.
Todos los presentes glorificaron a Dios por todo lo que hubo de
realizarse en esta niña.
Joaquín y Ana regresaron a su casa pero sin la niña. Ella permaneció
en el Templo nueve años, asimilando lo celestial, sin preocupación
ni pasión; las mismas necesidades de la naturaleza las superó, al
igual que todos los deseos materiales, vivió totalmente para Dios,
contemplando su hermosura. Con constante oración y vigilia, adquirió
la pureza del corazón y se transformó en un espejo que refleja la
gloria de Dios; fue adornada con esplendoroso vestido de virtudes
como una novia que se prepara a sí misma para recibir al novio celestial,
Cristo Dios. Con una mente purificada por el recogimiento y el ayuno,
pudo sondear la profundidad de los misterios de las Santas Escrituras
y entendió el Plan de Dios para salvar a los hombres; comprendió
que todo el tiempo pasado era necesario para que Dios preparase
para sí una madre elegida dentro de esta rebelde humanidad. La puso
en el Santo de los Santos donde se encontraban los símbolos de las
promesas de Dios, y ella descubrió que estas sombras en ella se
realizarían.
María entró en el Templo, y allá contuvo a Dios; el Templo ya es ella; ella es la Tienda, el Tabernáculo de la Nueva Alianza, la Jarra del Maná celestial, la vara de Aarón y la Tabla de la ley de la Gracia.
Por las intercesiones de la Madre de Dios, oh Señor Jesucristo, Dios nuestro, ten piedad y sálvanos. Amén.
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