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8 de Octubre : SANTA PELAGIA

Pelagia nació en la ciudad de Antioquía. La belleza distinta, que Dios le había otorgado, la utilizó para satisfacer sus pasiones provocando la perdición de muchos. Era una de las prostitutas más famosas de la ciudad; usaba lo más que pudo de ropas, joyas y aromas para atraer a los hombres y, andando en el pecado, hizo una fortuna.

Un día, Pelagia pasó cerca de la iglesia de San Juliano, allí platicaba Nono, obispo de Baalbek, con otros obispos. Mientras los presentes al verla, y por vergüenza, miraron hacia abajo, Nono mirándola les dijo: “¿Acaso bajaron la vista por miedo a esta belleza?” y, suspirando, continuó: “me alegra la belleza de esta mujer porque Dios la ha escogido para adorno en su corona, mientras a nosotros quizás Dios nos va a condenar. ¿Qué creen? ¿cuánto tiempo gastó esta mujer bañándose y perfumándose para apasionar a sus enamorados, mientras nosotros, invitados a contemplar al Novio Real de nuestras almas y a entrar en su alegría, no movemos un dedo para embellecer el alma y hacerla digna de Él?”

En la noche del domingo, aquella semana, el obispo Nono tuvo un sueño: una paloma negra volando en la iglesia alrededor del altar, él al agarrarla, la sumerge en la pila, así que sale blanca, resplandeciente y esplendorosa.

El día siguiente, se le ocurrió a Pelagia ir a la iglesia. Después del Evangelio, el obispo, en la homilía, empezó a hablar sobre el día del juicio, sobre la fatiga venidera de los pecadores, especial los que escandalizan a “los pequeños hermanos de Cristo.” Sus palabras, tan fuertes y rectas, penetraron como una espada en el alma de Pelagia, cuya ojos desbordaron con lágrimas, pues al sentir la gravedad de todo lo que había cometido, se encendió por el deseo del arrepentimiento. La Gracia rompió la dureza de su corazón y realizó el milagro.

Se marchó a su casa confundida, aquella noche se la pasó llorando. Al día siguiente envió al obispo una carta llena de arrepentimiento y lágrimas pidiéndole permitirle presentarse ante él. El obispo Nono la recibió en la presencia de los otros obispos y viendo las señales de su arrepentimiento, la encargó a una diaconisa llamada Romana, que le enseñó los caminos de la contrición y la vida de la virtud a fin de ser bautizada. Pelagia puso todas sus joyas y carísimas ropas ante los pies del obispo diciéndole: “ésta es la riqueza que poseí de Satanás, utilízalo como sea necesario, ya no deseo sino la riqueza que el Señor Jesús me ha desbordado.” El obispo llamó al ecónomo para repartir esta fortuna entre las viudas y huérfanos.

Así como durante los días del mal tuvo el celo de embellecer su cuerpo, en el tiempo de la visitación divina se volvió celosa a la palabra de Dios esforzándose con lágrimas de arrepentimiento. Al terminar la semana en la cual Pelagia, según la costumbre de la Iglesia respecto a los recién bautizados, se vistió de blanco, quitó la túnica blanca y se puso el sayal y salió hacia Jerusalén. Allá después de prosternarse ante la Santa Cruz, se dirigió a una cueva en el Monte de los Olivos donde se consagró al ascetismo vistiéndose de hombre y tomando el nombre de Pelagio.

Unos años después, un diácono de Baalbek, llamado Jacob, que conocía a Pelagia y sabía de su conversión, salió hacia Jerusalén. Allá escuchó sobre un asceta “Pelagio” que estaba en boca de todos, y deseó conocerlo y tomar su bendición. Llegó Jacob a la cueva y tocó en la ventana pero nadie contestaba; lo repitió muchas veces pero sin responderse. Al asomarse por la ventana, vio un cadáver extendido sobre la tierra: el monje Pelagio se había dormido en el Señor.

Vinieron los padre y monjes que moraban por allá para embalsamar el cuerpo del hermano difunto; aquí descubrieron que se trataba no de un hombre sino de una mujer; se movió el corazón del diácono Jacob y reconoció a Pelagia. Él es quién escribió su maravillosa vida.

Ésta es la historia de Pelagia, la arrepentida que, a veces, se le llama la tercera Magdalena después de María Magdalena y María Egipcíaca. En verdad, lo predicho por el obispo Nono se realizó exactamente: “Dios la ha escogido para adorno en su corona.”