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Es necesario antes
de hablar de Santiago, Hermano del Señor, distinguirlo del
apóstol Santiago, hijo de Alfeo, uno de los Doce, cuya memoria
la Iglesia celebra el día 9 de octubre. Santiago, del que
hablamos, es el mencionado en (Mt. 13, 15) y en (Mc.6, 3) como uno
de los cuatro hermanos del Señor. Los otros tres son: José,
Simón y Judas. Respeto a la relación de estos “hermanos”
con el Señor Jesucristo, desde el principio hubo varias explicaciones,
las más relevantes son las dos siguientes: o que eran hijos
de una prima de María; o, lo más probable, que eran
hijos de José de un matrimonio anterior, o sea, José
era viudo cuando se comprometió con María. Y en los
dos casos, según el costumbre de aquellos días, era
común llamarlos “hermanos”, lo que se puede verificar
en varios pasajes del Antiguo Testamento.
Parece que ninguno de los “hermanos”
creyó en Jesús al principio, como lo menciona claramente
San Juan el Evangelista (7, 1-5). ¿Qué es lo que transformó
a Santiago para que se presentase en su Carta como el “siervo
de Dios y del Señor Jesucristo” (según la carta
atribuida a él. St. 1,1)?, no lo sabemos claramente; pero
el apóstol san Pablo menciona en su primera carta a los Corintios
que Jesús se manifestó a Santiago después de
la Resurrección (1Cor.15, 7).
De los textos bíblicos, sabemos que Santiago
era uno de los representantes más sobresalientes de la Iglesia
de Jerusalén. San Pablo en su carta a los Gálatas
(1, 19; 2, 9) lo menciona entre las tres “columnas”
de la Iglesia en esta ciudad. También en Hechos de los Apóstoles
cuando éstos con los ancianos se reunieron para decidir si
los convertidos de los gentiles debían aceptar la circuncisión
o no, Santiago habló como la cabeza de la comunidad en Jerusalén,
y pronunció el juicio del “concilio”.
Se atribuye a Santiago la primera de las siete cartas pastorales
llamadas Católicas (por no ser dirigidas a una ciudad o persona
determinada), que forman parte del Nuevo Testamento. Según
los exegetas la carta de Santiago fue escrita entre los años
50 y 60 D.C. La Carta contiene una colección de enseñanzas
e instrucciones sobre la conducta cristiana y la vida pastoral:
la paciencia en las tribulaciones, la fe que obra en el amor, el
control de la lengua, el peligro del dinero, entre otras cosas.
Eso es lo que nos lo comunica el Nuevo Testamento
sobre Santiago. Pero también la Tradición menciona
otras cosas sobre él. Entre ellas, que Santiago se le llamaba,
en su vida, el Justo; que desde su niñez había sido
separado para Dios; nunca comía mantequilla, ni probaba vino,
y que su cabello “no conoció tijeras” (en señal
de su separación para Dios); que permaneció casto
toda su vida; sus rodillas se endurecieron como si fueran de piedra
por las abundantes postraciones de su oración. Los Apóstoles
lo eligieron unánimemente como el primer obispo de Jerusalén,
y así fue durante 30 años, durante los cuales atrajo
a muchos, judíos y gentiles, hacia la fe en Jesucristo.
Una vez, él estaba predicando desde la azotea de una casa,
o del mismo Templo, y decía: “el Hijo del hombre está
a la diestra del Altísimo, y vendrá sobre las nubes
a juzgar al mundo con su bondad.” Mientras el pueblo alababa:
¡Hosanna el Hijo de David!, los fariseos y los fanáticos
de los judíos empujaron hacia abajo al Justo, y luego lo
apedrearon; uno de ellos le pegó con un palo en la cabeza
con lo que se colmó el martirio del Justo, y se le abrieron
las puertas de la vida. Su virtud, conocida por todos, hizo que
la mayoría de los judíos atribuyesen el eminente cercamiento
y la destrucción de Jerusalén el año 70 D.C.
al asesinato del Justo Santiago.
¡Apóstol, obispo, Mártir y
hermano del Señor! Que su intercesión sea con nosotros.
Amén.
Como discípulo del Señor,
has asimilado el Evangelio,
oh justo Santiago;
Como mártir, irrechazable es tu petición;
como hermano del Señor tienes confianza ante Él;
y como obispo, intercesión.
¡Suplícale a Cristo Dios que salve nuestras almas!
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