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En
la conciencia de la gente, desde su vida fue santo. Aunque su ascetismo
extremista que lo llevaba hasta lastimar seriamente su cuerpo, provocó
entre algunos dudas y extrañezas, no pudo, sin embargo, evitar el
reconocimiento, por parte de muchos, de los dones y gracias que
Cristo dio a su amado discípulo Simeón y, por él, a la Iglesia.
Simeón nació en el año 392, al norte de Siria. Creció cuidando el ganado de su padre quien diariamente lo mandaba al monte a pastorear a las ovejas. Quizás este tipo de trabajo sembró en si mismo el espíritu del monaquismo y el hábito de sentirse en soledad con la naturaleza para invocar al Señor de todo.
Su vocación
Un día nevado, en que no pudo llevar a pastar el ganado, vino a su mente la
idea de ir a la iglesia. Ahí escuchó al diácono que leía el evangelio:
“bienaventurados los que ahora lloran... ay de vosotros los que
ahora ríen ... bienaventurados los puros de corazón” y estas palabras
movieron su espíritu. Al preguntar como podría conseguir estas bienaventuranzas,
le platicaron sobre la vida monástica. Aquel día le fascinó lo que
escuchó sobre esta vida, y comenzó a orar muchas horas sin cesar
hasta que se durmió. Y en su sueño vio esta visión: él mismo
como si estuviera escarbando el cimientos de una construcción y,
de repente, escucha una voz: “esto no es suficiente; profundiza
más” él continua escarbando mas la voz se repite cuatro veces hasta
que, al final, escucha: “es suficiente; ahora inicia la construcción,
será más fácil; así tienes que someterte a ti mismo para que asciendas
a las perfecciones más altas.”
Su acsetismo
Al levantarse se sintió lleno de valor y fuerza celestial, y así acudió a un monasterio cercano en donde ingresó y pasó allí 10 años, sobrepasando a sus compañeros en esfuerzo y disciplina. Buscando imitar más a los ascetas, y con la bendición del abad, salió al desierto y allá practicó su ascetismo en una celda sin techo y se dedicó a la oración y a los ayunos, sin que los cambios del tiempo fueran obstáculo.
Para evitar la tentación de mudar de lugar, ató su pie derecha a una piedra con una cadena férrea de 20 metros. Un día pasó por él un obispo sabio, llamado Meletio, y al ver al asceta Simeón en aquella posición le dijo: “querido padre Simeón, los férreos grillos son para los brutos animales, mas para el hombre su voluntad es suficiente junto con la divina Gracia.” Así Simeón obedeció con humildad y rompió las cadenas.
Legiones de peregrinos llegaban a visitarlo y a conocerlo. Pero él temiendo la fama (vanagloria) y perder el espíritu del silencio, escapó a las montañas y allá construyó una columna de más de 20 metros de altura quedándose a vivir en la parte superior. Simeón practicó su ascetismo allí más de 30 años.
Mas la gente lo seguía buscando y su fama, día a día, se difundía hasta los lugares más lejanos.
Sus virtudes
Llegaban a visitarlo árabes, romanos, persas ... algunos venían
por curiosidad, otros por bendiciones y otros más por su enseñanza,
pero todos, al ver su humildad, sencillez y firmeza, regresaban
con arrepentimiento y llenos de paz. Él salía de su soledad dos
veces cada día para enseñar, consolar, escuchar y juzgar sobre diferencias,
y para curar las enfermedades.
Se dice que los ascetas cercanos se sorprendieron de su extraña manera de ascetismo, y estuvieron de acuerdo en mandarle un mensaje pidiéndole que bajara de su columna pensando así: “si obedece y baja, sabemos que está dirigido por el Espíritu de Dios, en cambio si rechaza y resiste, es que está sometido por la soberbia y la vanagloria.” Simeón bajó de su columna y se postró ante los hermanos, ellos, en cambio, besaron su derecha y le suplicaron que volviera a la columna y que rogara por ellos.
Su muerte
Entregó su espíritu al Señor el primero de septiembre de 461 en la misma columna que él construyó y en donde se quedó 3 días postrado sin saberse que había pasado. Más cuando subieron, a preguntarle la causa de su silencio le encontraron muerto.
Por medio de sus reliquias se hicieron muchos milagros y de la columna por mucho tiempo se esparció una suave fragancia de perfume. Unos años después de su muerte (490), los monjes expresando su veneración a san Simeón, construyeron un monasterio y una inmensa catedral en forma de cruz con la columna en medio. Los restos de la catedral y de la columna se conservan hasta la fecha y el sitio, donde se encuentran, es un centro importante de peregrinación y bendición.
Sus intercesiones sean con nosotros. Amén
"Te hiciste columna de paciencia superando a los padres
de la antigüedad, oh Justo:
a Job en sufrimientos
y a José en tentaciones.
semejaste la vida de los incorpóreos aún con cuerpo.
Padre nuestro, oh Justo Simeón, intercede a Cristo Dios para que
salve nuestras almas."
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