“Para que sean uno como nosotros somos uno”
En cuanto Adán cae, su primera frase es: “La mujer que me diste me dio del árbol y comí”, él mismo que antes había dicho: “Ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne.” La separación es la fruta de la caída.
Caín, el que mató a su hermano Abel, no escucha la voz del altísimo cuando le pregunta: “Dónde está tu hermano”, y contesta: “ ¿Soy yo, acaso, el guarda de mi hermano?”. Separación, otra vez.
Los hijos del hombre, como señala el libro de Génesis (11:1-9), quisieron construir una torre que llegara a los cielos para enfatizar la grandeza de sí mismos. Dios confundió sus lenguas y no lograron entenderse unos con otros y terminaron dispersándose. ¡Separación!
Estamos en un tiempo en el que podemos entender muy bien la verdad de la separación. Porque vivimos la realidad del individualismo. En nombre de la libertad, cada persona vive cercada por el muro del “ego”. Esta muralla la separa del padre, del hijo, del hermano, de los demás. Ciertamente vemos muchos intentos y deseos de unidad entre los hombres de hoy, y esto es fruto del anhelo humano que la imagen de Dios en nuestros corazones refleja aún. Sin embargo, las lenguas se confunden más y más porque el eje central de este deseo unitario es el ego.
Cristo pide para nosotros una unidad cuya forma es distinta: “Que sean uno como nosotros somos uno.” La unidad que desea Cristo para sus discípulos y para su Iglesia es una unidad semejante a la de la Santa Trinidad: unidad en el amor. El amor no es una palabra agradable o emocional, es la cruz. El amor del Hijo al Padre es su eterno movimiento hacia Él, y se manifestó en la Cruz. Ese es el eje, como lo menciona el evangelio de hoy: “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero.” San Doroteo da un ejemplo: somos un círculo, los hombres alrededor y Dios en el centro, mientras los hombres se dirigen hacia Dios, se acercan y se unen. Esto mismo es lo que hace al Santo Serafín llamar a cada uno de los que se acercan a él: “mi alegría”, mientras un filósofo existencial consideraba al prójimo: “mi infierno”.
En la lectura evangélica de este domingo contemplamos la oración del Hijo: “Oh Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros”, a fin de que nuestra filiación, paternidad, hermandad y amistad sean verdaderamente según la imagen y semejanza del amor en la Santa Trinidad.