Todos amamos, pero pocos se atreven a amar a los otros más que a sí mismos; que amemos es algo natural, mientras el amor que expone el evangelio necesita mucha valentía. Con dicha valentía las mujeres Mirróforas se dirigieron hacia el sepulcro del crucificado sin temor alguno ni de las críticas de los jerarcas ni de la crueldad de los soldados que vigilaban el sepulcro; pues, “pasado el Sábado” -en el cual no se les permitía ejercer ninguna acción- madrugaron ante el sepulcro para embalsamar a quien amaron verdaderamente.Esta valentía tiene como criterio la sabiduría de la fe que, según el mundo, es locura, ya que requiere de mucho riesgo “la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción en cosas que no se ven” (Heb. 11, 1). Pero si la fe es el criterio de la valentía, esta última es el indicio de la primera: “quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su Gloria...” (Lc.9, 26)
La valentía y la iniciativa amorosa hizo de la Mirróforas las primeras que vieron la Resurrección de Cristo. Arriesguemos como ellas para obtener la alegría que han tenido y para anunciarla.