LA CURACIÓN DEL PARALÍTICO 

  • “¿Quieres curarte?”, pregunta Jesús al paralítico que llevaba 38 años enfermo, y éste contesta: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina...” Después de 38 años de parálisis, de padecimiento, perseveraba en la orilla de la piscina, más bien, en la costa de la esperanza en Dios; responde con admirable paciencia, sin reclamar, ni blasfemar o desesperarse: “Señor, no tengo a nadie”. Y Cristo, alabando su gran paciencia y constancia, lo curó; ni siquiera le preguntó, como en otras ocasiones, si tenía fe, porque su fe estaba manifiesta en su paciencia y humilde respuesta estando en plena desgracia. “Con vuestra perseverancia salváis vuestras almas.” (Lc. 21, 19).

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  • “Es sábado y no te está permitido llevar la camilla”, le dijeron los fariseos al ya curado de su parálisis. Es la figura de la religión cuando se vuelve leyes muertas, mientras las normas religiosas deberían ser medio que atrae la Gracia de Dios en nuestra vida. La religión no se limita a obligaciones que se tienen que cumplir, sino a una vida regida por la activa presencia del Señor: “El que me ha curado me ha dicho: Toma tu camilla y anda.” A los entonces amigos del Señor les agradaría usar, en lugar de “deberes”, otra palabra derivada análogamente “quereres”.
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  • “Más tarde Jesús le encontró en el Templo.” El curado, agradecido, se dirigió hacia el Templo a dar gracias, y le ofreció a Dios sus primeros pasos como si exclamara: “Lo tuyo de lo tuyo te le ofrezco por todo y para todo” y en medio de esta ofrenda de conversión, “Jesús le encontró”.

Cuando el paralítico estaba en discusiones inútiles con los fariseos, buscó a Jesús y no le encontró, “había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar”; en cambio, ahora en el Templo, bien nos describe el evangelista que “Jesús le encontró”.

En las plazas de la vida hay mucha gente, mucho murmullo, discusión y preocupación que le hacen al hombre olvidar la confesión al Señor; el paralítico tuvo la iniciativa de salir de todo este ruido, para entrar en los atrios de la Casa del Señor, donde “Jesús le encontró”.

Dispongamos en nuestra vida de atrios y consagremos templos en los cuales agrada al Señor encontrar la oveja perdida.