PENTECOSTÉS Y POSTRACIÓN

 


Hoy celebramos el servicio de la postración, postración ante el Espíritu Santo, Quien baja sobre los apóstoles, sobre la Iglesia. ¿Qué es lo que ofrecemos al postrarnos?

Pentecostés era una fiesta judía en la que se conmemoraba la entrega de las tablas de los mandamientos a Moisés en el monte Sinaí.

Una simple comparación entre lo que pasó en el monte de Sinaí y lo sucedido en Sala de Pentecostés (como lo Describe el libro Hechos de los apóstoles) revela cierta similitud:

Dios que descendió en el monte de Sinaí es el mismo Dios (el Espíritu Santo) que descendió hoy sobre los discípulos. Las señales comunes en ambos eventos revelan la presencia del mismo Dios. Allí se escuchó un trueno y aquí el mismo sonido. En el monte, Dios descendió con fuego y en Jerusalén el Espíritu Santo bajó sobre los discípulos en forma de lenguas de fuego.

Cuando se escuchó el trueno y Dios descendió con fuego, el pueblo no se acercó al monte, respetando el hecho terrible. Ahora, cuando desciende el Espíritu Santo, nosotros nos inclinamos, nos postramos, y nuestra postración ante Él tiene un significado muy profundo: nuestra ley que recibimos no consiste en meras tablas sino en el Espíritu de Dios, Y el Espíritu de Dios no desciende sino sobre aquellos que se postran. Lo que ofrecemos ante la nueva ley del Espíritu, cuando nos arrodillamos, es nuestra debilidad y arrepentimiento. La postración significa abrir nuestros corazones para que el Espíritu obre en nosotros.

La fiesta no es para recordar algo que tuvo lugar en un tiempo determinado, sino para que renovemos nuestra Pentecostés personal: el bautismo, en el que tomamos el don del Espíritu Santo volviéndonos apóstoles.

Dios, siendo el misericordioso, no fuerza nuestra libertad, y espera de nosotros un movimiento de correspondencia, por lo que nosotros hoy con el gesto de la postración ante Él, le suplicamos: “Ven a habitar en nosotros, purifícanos de toda mancha, y salva, Tú que eres bueno nuestras almas.” Amén.