El pasaje evangélico de hoy realza la diferencia entre el pensamiento de Cristo y el del mundo, y ilustra el sello que ha de caracterizar a los seguidores de Cristo: «el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor.» La diferencia entre ambos pensamientos se encuentra en el punto de vista respecto a la gloria y del placer.
Los dos Discípulos, Juan y santiago, piden al Señor estar con Él en el trono de su gloria. Ellos cayeron en la forma de pensar mundanamente: La gloria es autoridad (Trono), y el placer se identifica con el descanso (sentarse). Pero san Isaac el Sirio nos enseña amar las fatigas y el sudor. La respuesta de Jesús mostraría a los discípulos la verdadera gloria: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que Yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que Yo voy a ser bautizado?»
Mientras los dos discípulos cayeron en la tentación de la gloria mundana, santa María Egipcíaca, a quien celebramos hoy, inteligentemente entendió que la insipidez del pecado no produce placer sino amargura y vacío, eso es, la muerte: el verdadero júbilo se encuentra en las lágrimas del arrepentimiento. La penitencia de María Egipcíaca le fue cruz de gloria.
La gloria no consiste en satisfacernos a nosotros mismos, sino en cambiar nuestra vida, clavando la mirada en la cruz de Cristo, para que, cuando escuchamos la voz del Señor: “Mirad que subimos a Jerusalén”, seamos concientes de que la gloria de la Resurrección ha de pasar por el Gólgota.