"TUS PECADOS TE SON PERDONADOS"

En el Evangelio de hoy, unos fieles acudieron a Jesús para curar a un enfermo de su parálisis, mas Jesús primero le curó el alma; mientras se le pidió curar la enfermedad visible, Él se apresuró a curar la invisible: el pecado. De aquí surge la pregunta: ¿cuál es la relación entre la enfermedad y el pecado?

En el Antiguo Testamento, una enfermedad se relacionaba con el castigo de Dios por un pecado cometido. Así al leproso, según las leyes, nadie se le acercaba ya que estaba manchado, era un pecador. En tal sentido en alguna ocasión los discípulos preguntaron a Cristo sobre un ciego: �¿Señor, quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?�, mas Cristo rechazó atribuir la enfermedad -ceguera, o cualquier enfermedad- a castigo de Dios por un pecado personal.

Entonces, la enfermedad no es castigo divino por una transgresión personal, sino, como parte de nuestra mortalidad, es resultado del pecado. Dios creó al hombre para que sea inmortal, pero el pecado del hombre, como es alejamiento de Dios, de la vida, provocó la muerte y sus adjuntos: enfermedades, dolores, crisis naturales, tristezas... en una palabra, provocó la corrupción. Así que todos padecemos lo mismo de maneras diferentes y etapas diferentes pero, al fin y al cabo, es la misma mortalidad.

Cristo, con el paralítico de hoy, nos advierte que, aunque es importante curar el cuerpo, más importante es curar el alma. Así la enfermedad que algunos de nosotros padecemos nos podría dar la oportunidad de comprender cuan lejos estamos de Dios. Por eso leemos en muchos relatos de los santos padres que daban gracias a Dios por sus enfermedades ya que se les volvían causa de humillación, causa de salvación.

No se pretende aquí aprobar la enfermedad, que es un defecto agregado en la buena creación de Dios, sino ser concientes de que, la gracia de estar en salud, no nos distraiga de la realidad del pecado que todos padecemos y que necesitamos curar; así como de que, la prueba de estar enfermos, bienaventurada es, si, con la paciencia, nos provoca purificación del corazón.

La camilla del paralítico, que llevó con él al levantarse, al curarse, se le volvió signo de la presencia del Señor en su vida, presencia que, no nada más cura nuestros dolores sino que también lleva la autoridad divina de decir:

�Hijo, tus pecados te son perdonados.�