RECUERDO DE LA EXPULSIÓN
DE ADÁN
DEL PARAÍSO

En este domingo, el último antes de iniciar la Cuaresma, la Iglesia recuerda la expulsión de Adán del paraíso.
El embuste de Satanás para Adán es que el hombre es capaz de vivir sin Dios y de lograr su propia satisfacción. Y como el embuste es tan sólo un atractivo externo, entonces el rico sabor de la fruta (el pecado) tiene un final amargo, amargura de la expatriación del hombre, lejos de Dios y de los demás.
El ayuno es camino de regreso, para salir del egoísmo y dirigirnos hacia Dios y los demás. El ayuno no es una condición para sentirnos “justificados”, sino una invitación para cambiar, cambiar el amor propio (el yo) por el amor a los que están afuera (Dios y los demás). Esto es lo que hace que el ayuno sea hoy más importante que nunca, pues vivimos en la época del individualismo.
Tenemos que ayunar para que nos abramos a los demás y a sus necesidades, tenemos que ayunar para que, sintiendo hambre, entendamos que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Pues la esencia del ayuno es que sintamos hambre, no de comidas, sino de Dios, que creamos que sólo “hay necesidad de uno” de Dios, quien nos alimenta con su gracia y así, cuando venga la pascua, entendamos que ya tenemos el Todo.
El ayuno es más que una obligación, es una necesidad que nos obliga a alterar el canon de nuestra vida de “comer, consumir y recibir lo más que se pueda” por “ayunar y dar amor lo más que yo pueda”.
Acumulemos nuestro tesoro donde debe estar nuestro corazón. Amén.