"HOSSANA" O "CRUCIFÍQUELO"

 

Un día, el pueblo exaltó a Cristo en su entrada a Jerusalén; otro poco después lo crucificó.

Aquí exclama: hosanna (Sálvanos), y allá: Levántalo, crucifícalo.

Aquí lo festeja con ramos y palmas, y allá lo golpea con varas.

Aquí el pueblo tiende sus ropas para que Él pase sobre ellas, y allá rompe las vestiduras del Señor.

Aquí sale el pueblo a recibirlo y a entrar con Él a Jerusalén, allá lo saca de la ciudad para crucificarlo.

Este es un pueblo que vacila entre la admiración a la autoridad del Señor, y el menosprecio a la humildad de su Cruz.

Nosotros, muchas veces, como este pueblo, vacilamos entre la fe y la incredulidad; entre el amor y la tibieza. Unas veces nos reconocemos como sus apóstoles y otras, negamos su Gracia de morir por nosotros.

La fiesta de los Ramos, como nuestra entrada a la Semana Santa, es una invitación a que participemos en la pasión del Señor; un Día en el que anunciamos nuestra aceptación al Rey que no nos prometió descanso sino martirio: pasar por la muerte para otorgarnos la resurrección.

La fiesta de los Ramos es, entonces, una invitación para que salgamos del coro de la gente oscilante y entremos al coro de María, la que enjugó con su cabello, (su gloria), los pies del Señor y vendió lo que poseía para recibir la riqueza del rey. No sea que se nos apliquen las palabras del Señor: “Puesto que no eres ni frío ni caliente, sino tibio, voy a vomitarte de mi boca”. Por lo que decidámonos a exclamar con los Fieles: “Bendito el que viene en el nombre del Señor.”