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Zaqueo: el pecador
que tiene anhelo para ver a Jesús, para ver a Aquél
cuya Presencia ha de condenar su vida; un anhelo hacia lo que jamás
ha experimentado; una curiosidad para ver al que cura las dolencias,
al que se digna convivir con los pecadores y conoce lo oculto del
corazón. Sin lugar a duda, este publicano huía siempre
de las multitudes para evitar que sus actos saliesen a la luz; sin
embargo, he aquí que comparece por propia iniciativa y, más
aún, sobresalta su presencia, atraído por el anhelo
que venció su orgullo y sus defectos: “era de pequeña
estatura”.
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El sicómoro:
o podemos decir “el santo sicómoro” ya que este calificativo
“santo” indica un modo de usar las cosas de nuestro mundo: todo lo
que nos induce en la Presencia del Señor y nos une a Él
es santo. Santa lectura, santos iconos, santa palabra, santa oración,
santo templo... todos no son sino sicómoros que transforman
el anhelo de Zaqueo en certeza de la Presencia del Señor, y
en contemplación de su Rostro.
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Jesús:
mientras que Zaqueo sube al sicómoro para conocer a Jesús,
resulta que el Señor lo conoce a él y le llama por su
nombre: “Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy Yo me quede
en tu casa.” Como si lo estuviera esperando desde antes. El necesario
esfuerzo que Zaqueo ofrece, le permite recibir la Gracia del Señor
siempre otorgada. No es que cuando subió al árbol vio
a Jesús, sino que también apreció que era conocido
por Él desde siempre. La penitencia de Zaqueo consiste en reconocer
que, con todo lo pecaminoso que es su vida, el Señor lo conoce
y pide estar en su casa.
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La muchedumbre
que estaba presente murmuraban en su corazón en torno a Jesús:
“Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.” Ellos, aunque estaban
en contacto físico con Cristo, sin embargo, en sus juicios
y pensamientos andaban lejos de Él. Y como no han querido tener
el contacto personal que Zaqueo tuvo, seguirán murmurando a
Dios, criticando sus decisiones, y excluyéndose a ellos mismos,
de la salvación.