Una devoción común y contemporánea pretende considerar el santuario como un lugar independiente del templo; lugar distinto que señala, por su santidad, la impureza de los laicos quienes permanecen afuera.
Este sentimiento hacia el altar, que es tanto nuevo como equivocado, se apoya en la interpretación del iconostasio como una pared que separa a los laicos del santo lugar. Al respecto, quiero hacer evidente lo que, muchos de los ortodoxos, ignoramos hoy: que el iconostasio fue construido no para separar sino para reunir:
El icono es el producto de la comunión entre lo divino y lo humano, entre lo terrestre y lo celestial; se mantiene, en su esencia, como imagen de la Encarnación. Y la segunda meta de construir el iconostasio es presentar la casa de oración como “el cielo sobre la tierra”. Y el papel del iconostasio, como se deduce de su nombre, es portar estos iconos.
Toda la iglesia está consagrada a Dios; en el servicio de consagración de la iglesia, el obispo unge cada parte del templo, incluso el santuario, con el santo Crisma.
El objeto es presentar a la iglesia como el lugar de reunión de la asamblea; la unión del mundo visible con el invisible; signo de la nueva creación. Los santos presentes en sus iconos participan con la oración de la asamblea, así que la Iglesia entera, coros de profetas, mártires y santos, sacerdotes y laicos, se dirige subiendo hacia el cielo donde Cristo "ofrece y es ofrecido" sobre su santo Altar.
(La nota fue tomada del libro del padre Alexander Shmeman, El Sacramento de la Eucaristía.)