EL INCIENSO EN LA ADORACIÓN

El uso del incienso en la adoración eclesiástica es una práctica que el Nuevo Testamento heredó del Antiguo. El sacerdote, en las vísperas, maitines y en la Divina Liturgia, inciensa el altar, los iconos y a los fieles. ¿Qué papel tiene el incienso en la adoración?

1. Este olor aromático, acompañado con el humo, siempre ha sido estímulo para sentir la Presencia de Dios; apenas se exhala su perfume, el alma se alegra y los sentidos se concentran en la divina Presencia. Por eso nos inclinamos al ser incensados.

2. “Valga ante Ti mi oración como el incienso”, dice el salmo 140 en las vísperas. Cuando el humo se eleva, ofrecemos nuestras oraciones comunes ante Dios; dice San Juan de Cronstad (un santo ruso moderno 1829-1908): “Cuando incensamos alrededor del altar, ante los iconos y al pueblo, juntamos los ruegos de todos como si fueran una sola voz que el incienso lleva y los Ángeles alzan, junto con las intercesiones y oraciones de la Purísima Virgen María.”

3. Al incensar ante los iconos de los santos, la Iglesia alaba al Espíritu Santo que en ellos ha obrado y los ha santificado. Así también el sacerdote inciensa a cada uno de nosotros como un lugar que debe de ser preparado para recibir al Espíritu Santo; pues nos dice San Pablo: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo” (1Cor.6:19).

El incienso, sencillamente, es alegría para los fieles, causa de gozo espiritual y aroma de la virtud, la devoción y la dulzura de la casa de Dios, ante las cuales gemimos por nuestros amargos pecados, y glorificamos la misericordia de Dios.