En la entrada, llamada mayor, el clero sale del santuario llevando las ofrendas de la comunidad -el sacerdote lleva el cáliz de vino, y el diácono, la patena con el pan- y las trasladan de la Mesa de Ofrenda hacia el altar, donde se celebrará el banquete celestial.
Durante los maitines, el sacerdote prepara la prósfora (la ofrenda): corta el pan adecuadamente, derrama el vino recitando oraciones propias, y conmemora a toda la Iglesia triunfante (mártires, justos, profetas, santos obispos, ángeles...), y militante (obispo, sacerdotes y pueblo, muertos y vivos). Es la presencia de toda la Iglesia ante Dios. No se refiere, con esta conmemoración, a pedir beneficios o peticiones a favor de los recordados, sino a ofrecer nuestras vidas como miembros de la única y eterna ofrenda de Cristo: “Que se sacrifiquen a ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios.” (Rom.12,1)
“De todos vosotros, se acuerde Dios, el Señor, en su Reino perpetuamente, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.” Ésta es la exclamación que el sacerdote dirá mientras traslada las ofrendas desde la Mesa de Oblación hacia el Altar, en una procesión entre el pueblo que las entrega al obispo, y, por él, Dios las recibirá en su altar: es un movimiento litúrgico que expresa que la ofrenda de cada uno de nosotros se incluye ahora en la ofrenda de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, del cual somos los miembros.
Y al poner las ofrendas en el altar dice el obispo la siguiente oración: “Señor Dios todopoderoso, único Santo, que recibes el sacrificio de alabanza de los que a Ti claman con todo el corazón: acepta la súplica de nosotros pecadores y recíbela sobre tu santo Altar; haznos capaces de presentarte dones y sacrificios espirituales por nuestros pecados y por las faltas del pueblo, cometidas en ignorancia, y haznos dignos de hallar gracia ante tu Rostro, para que nuestro sacrificio te sea agradable y el Espíritu Bueno de tu gracia more en nosotros, en estos Dones aquí presentes y en todo tu pueblo.”