“En paz roguemos al Señor.”El camino que nos ha de llevar a la participación en la Divina Liturgia es la paz del alma. “Procura la paz –dice san Basilio-, obtén una mente pura, y un alma liberada de la confusión y del desconcierto, y de olas de pasiones que andan zarandeándola... obtén la paz de Dios que supera toda mente y que protege tu corazón.” La Divina Liturgia es el misterio de la paz, ya que no es sino nuestro encuentro con Cristo, Quien, verdaderamente, es “la Paz de los hombres.”
“Por la paz que de lo alto viene y la salvación de nuestras almas...”
Siendo la primera, esta petición manifiesta la prioridad de la paz “que de lo alto viene” a todo lo demás en la vida del cristiano: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia.” Entonces la paz que pedimos no es la ausencia de ruidos, escenas, preocupaciones, pruebas..., sino que es la presencia del Reino de Dios, presencia que transforma todo lo demás en paz “que de lo alto viene”.
“Por la paz del mundo entero, por la firmeza de las santas Iglesias de Dios”
La Iglesia ruega para que la levadura de este mundo fermente toda la masa. Dijo el Señor a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra... son la luz del mundo” (Mt 5: 13, 14). La Iglesia ha sido establecida en este mundo para dar testimonio de Cristo y de su Reino. Si nosotros los cristianos descuidamos esta tarea, ¿quién anunciará al mundo le Buena Nueva del Reino?, y ¿quién conducirá al mundo hacia la nueva Vida? Por eso, al orar por la “firmeza de las iglesias”, oramos por la firmeza de los fieles en su testimonio y para que la Iglesia, extendida en todo el mundo, sea fiel a su identidad y auténtica misión: sal de la tierra y luz del mundo.
“y por la unión de todos...”
Cristo ha venido para “reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11:52). Ante las rupturas y diferencias, ante las desviaciones de fe, la Iglesia eleva las súplicas para que la Gracia de Dios socorra nuestra debilidad humana a fin de discernir lo que “viene de Dios” y así, cumplir la oración de Cristo: “para que sean perfeccionados en uno.” (Jn 17:23)
“Por esta santa morada y por los que en ella entran con fe, devoción y temor de Dios, roguemos al Señor.”
Con esta petición los fieles, cada vez que entran a la iglesia, examinan su conciencia: ¿Acaso hay en su corazón fe y devoción encendidas en la Presencia de Dios? ¿se encuentra en su alma el temor de Dios que, muchas veces, se pierde al acostumbrarse a la rutina que trata con los ritos y oraciones como unas obligaciones y no como un espacio donde el hombre se prosterna ante la Presencia de Dios?
“Por esta ciudad, por toda ciudad y país, roguemos al Señor.”
A los finales del Siglo IV, un gran sismo sacudió la ciudad de Antioquía, y los fieles levantaron vigilias con oraciones y ayunos, por la salvación de su ciudad. Cuando Dios respondió sus ruegos, san Juan Crisóstomo, como el pastor de la grey, les dirigió estas palabras: “Sus alabanzas se han vuelto bases de nuestra ciudad. La ira explotada en el cielo fue retenida por la vigorosa voz que ha surgido de la tierra. No se equivoca el que dice que ustedes son quienes salvaron la ciudad y la auxiliaron. ¿Dónde están los ilustres? ¿Dónde están los grandes liberadores? Son ustedes las torres de la ciudad, su muralla y garantía. Aquellos llevaron la ciudad hacia la corrupción y la perdición, y ustedes la confirmaron con la virtud.” Con tal fervor el cristiano ama a su ciudad y país, y ora para que Dios los provea en su ternura paternal.
“Por la templanza de los aires, la abundancia de los frutos de la tierra y por climas benévolos, roguemos al Señor.”
“Por los que viajan por tierra, mar o aire, por los enfermos, los afligidos y los cautivos, y por su salvación, roguemos al Señor.”
La oración funde el universo, la naturaleza, la humanidad y la vida entera en un solo crisol. Se le ha dado a la Iglesia el poder y la fuerza para elevar estas súplicas por todo el universo y en representación de toda la creación. A menudo, nosotros restringimos nuestra fe y religiosidad conforme a nuestras necesidades y preocupaciones cotidianas, y olvidamos la tarea principal de la Iglesia: elevar toda la creación hacia Dios y verificar el amor fraternal a todo prójimo, en cualquier situación que esté: enfermo, cautivo, afligido... Cuando venimos a la Casa de Dios para participar en la Divina Liturgia, la Iglesia amplía el horizonte de nuestra plegaria a que abarque el profundo contenido universal y asimile la plenitud de la oración cristiana.