“Al reuniros en la asamblea” (1Cor.11:18), esta frase indica, para el apóstol San Pablo, la liturgia como la reunión de la Iglesia. Las oraciones y acciones litúrgicas como las celebramos confirman este concepto.
Pues, el sacerdote, como presbítero (que significa prefecto) exclama todas las oraciones en plural (pidamos, rendimos gloria, roguemos al Señor...) y el pueblo afirma su participación con el “Amén” una de las expresiones más importantes de la adoración cristiana, que funde al pueblo de Dios con su presbítero en un solo crisol. Entonces, no se habla aquí de oraciones privadas sino es la ofrenda de todos nosotros, clero y pueblo, que formamos la Iglesia.
En los tiempos de San Juan Crisóstomo, el pueblo entraba a la Iglesia antes del obispo para que, al entrar, el último bendijera a toda la asamblea y comenzaran juntos la liturgia como el fruto de la reunión. Así, en la Iglesia ortodoxa, un sacerdote no puede celebrar la Divina Liturgia solo.
Hasta el ornamento sacerdotal está relacionado a la comunidad:
El Esticario (túnica de color blanco y mangas anchas) es el vestido de la pureza, vestido de los bautizados.
El Epitraquilio (especie de estola cuyas partes caen al enfrente) es el signo que el sacerdocio es de Cristo.
Así también las sobremangas indican que las manos del sacerdote con las cuales está bendiciendo ya no son de su propiedad sino del Señor.
El cinturón o zone es siempre signo de preparación y servicio: los hebreos tomaban la comida de la pascua ceñidos para estar listos para la marcha que les iba a llevar a la tierra prometida.
El felonio (capa amplia y adornada) simboliza la gloria de la Iglesia como la nueva creación.
Nos reunimos como una Iglesia y nos vestimos con la vestidura de la nueva creación: es la primera acción litúrgica de la santísima Eucaristía.