REFLEXIONES SOBRE LA CRUZ

Por la cruz anunciamos nuestro orgullo por la muerte del Señor como el camino hacia la resurrección.

En cualquier iglesia ortodoxa, la cruz es levantada sobre el iconostasio, y con ello se levanta ante nuestros ojos el sentido de la nueva vida, elevándonos hacia lo celestial.

Bendecimos el agua del Bautismo con la señal de la cruz, para que la fuerza de la redención sea otorgada al bautizado por el agua bautismal. Para nosotros, el símbolo lleva consigo la plena verdad que representa: con la señal de la cruz, pedimos al Señor que haga descender la fuerza de la salvación que dicha señal representa.

Colgamos la cruz en el cuello desde nuestro bautismo, para indicar y recordar que nos comprometimos con la fe cristiana, y que pertenecemos a Cristo. Cada vez que nos persignamos, confesamos que nuestra vida depende del Crucificado.

Quizás una mujer se cuelgue una bella cruz de oro, pretendiendo verse ella más bella; eso tendrá más profundidad si lo acompaña con la decencia, así que se traslada del adorno exterior hacia el oculto, y pone la cruz en su corazón.

La cruz es la fuerza que Dios nos da; esto con orgullo lo hemos recibido de nuestros Mártires.

LA CRUZ EN EL NUEVO TESTAMENTO

Por Cristo, la cruz pasó de ser un instrumento de muerte vergonzosa a símbolo de la victoria de nuestro Señor sobre la muerte: la señal de nuestra Salvación. Para aquellos desorientados que nos acusan de honrar “el arma que mató al Maestro”, les aconsejamos que, con obediencia y lealtad, lean bien la fuente de nuestra fe, pues la Tradición de la Iglesia es un anciano sabio que renueva siempre su juventud alimentándose por la Verdad evangélica que es “ayer como hoy y para siempre.” (Heb. 13, 8).

Que lean a san Pablo cuando dice:

“¡Dios me libre gloriarme si no es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!” (Gal. 6, 14)

“La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salven -para nosotros- es fuerza de Dios.” (1Cor. 1, 18).

“Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.” (1Cor. 1, 23).

El mismo Señor advierte: “El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí.” (Mt.10, 38).

Tengamos confianza en nuestra auténtica fe: nosotros, que veneramos la Cruz de Cristo debidamente, seguimos los pasos de san Pablo y de los Santos de Dios que son los verdaderos testigos del Señor, que sellaron su testimonio no con falsedades e historias sino con su sangre, imitando al Maestro: el verdadero Dios.