La Iglesia Ortodoxa predica la fe “trasmitida a los santos de una vez para siempre” (Jd., 3), en Dios que se reveló a sí mismo y “puso su morada entre nosotros.” El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles; y Él, como el mismo Jesús había dicho: “los guiará hasta la verdad completa” (Jn.16,13). Esta misma verdad completa, revelada y trasmitida de una vez para siempre, ha sido expresada durante la historia con sufrimientos y martirios, con fórmulas dogmáticas determinadas por los siete Concilios Ecuménicos, y con homilías y experiencias de hombres de Dios que supieron cómo hacer del Evangelio la ley de su vida. Todas estas “manifestaciones del Espíritu” en la Asamblea de los Apóstoles, es decir, en la Iglesia, forman lo que se llama “Tradición.” En este sentido la misma Biblia es parte de la Tradición, más aún, es su piedra angular. Y ser ortodoxo es asimilar esta Tradición con el fin de transformarse en morada del Espíritu, en testimonio de la Resurrección: en Tradición.