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Tropario
de Pascua
(Tono 5) |
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Cristo Resucitó de entre los muertos,
pisoteando la muerte con su muerte,
y otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros.
Condaquio de Pascua
(Tono 8)
Cuando descendiste al sepulcro, oh Inmortal,
destruiste el poder del Hades;
y al resucitar vencedor, oh Cristo Dios,
dijiste a las mujeres Mirróforas: "¡Regocíjense!"
y a tus discípulos otorgaste la paz,
¡Tú que concedes a los caídos la resurrección!
Felicitación
a nuestra feligresía
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Con el saludo del Ángel que anunció a las Mujeres
Mirróforas la Resurrección de Cristo diciendo: “No
está aquí, ha resucitado. Id pues y anunciad a los
apóstoles y a Pedro...”, les saludamos, hijos amados,
deseando paz, amor y justicia a nuestra sociedad y al mundo entero
que tanta falta nos hace.
Queridos hijos:
La Resurrección que festejamos cada año nos hace
recordar el sacrificio del Salvador, cuya fuente es el amor “Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” y también,
el triunfo y la victoria sobre las fuerzas del mal y sobre el poder
del demonio.
Que bueno si tratamos de vivir estos momentos con espiritualidad
para recordar la grandeza de aquel Sacrificio y la admiración
de aquel triunfo y victoria, y así podemos ser seguidores
de Cristo, el resucitado, sacrificando todo para llegar a compartir
con el Señor esta Resurrección gloriosa.
No todo el que diga: “Señor, Señor” entra
el Reino de los cielos, sino el que hace su voluntad. Con esta reflexión
los llamamos, queridos hijos, a recordar la Pasión de Cristo
con sacrificios y dones, y la Resurrección con amor al prójimo,
paz y justicia.
Reciban el cariño de su pastor y padre con los mejores deseos
y felicitaciones, y que la bendición del resucitado sea para
siempre en sus hogares y en el mundo entero. Amén.
Con nuestra bendición episcopal
Arzobispo Antonio
2007
Costumbres pascuales
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El rito de bendecir los huevos es una de las
costumbres muy cercanas al corazón del pueblo ortodoxo;
quizás, la salida del pollito del huevo es una imagen que
simboliza la salida esplendorosa de la Vida, desde las oscuras
profundidades del sepulcro “la luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la vencieron.” (Jn.1,5). Así como
el mismo pollito con su pico rompe la cáscara cuando se
cumplen sus días para salir a la existencia, así
Cristo, salió resplandeciente al tercer día por
su propio Divino Poder. Respecto a la coloración de los
huevos, inicialmente se usaba el color rojo que simboliza la sangre
derramada de Cristo. Posteriormente se difundió el uso
de muchos colores, primero por expresar la alegría y segundo
porque la Pascua cae en la primavera donde las flores brillan
con sus colores.
Después de la Resurrección el Señor se
presentó con dos de los discípulos que iban a Emaús
(Lc. 24, 13-32), y cuando lo reconocieron “en la fracción
del pan”, regresaron a Jerusalén para anunciar que
“Cristo ha resucitado”, los doce
apóstoles los recibieron diciéndoles: “En
verdad ha resucitado el Señor y se ha manifestado a Simón.”
Este anuncio y certeza son el corazón del Evangelio y el
eje central de la predicación. Esta comprensión,
que la Tradición eclesiástica ha guardado, es la
que lleva a los fieles a saludarse durante la temporada pascual
(hasta la ascensión del Señor) con el saludo propio
“Cristo ha resucitado”, al que se contesta “en
verdad ha resucitado.” Así que nada les impone expresar
su alegría, ni pena ni preocupación por las críticas
de los demás. En los años veintes del siglo pasado,
en la Unión Soviética luego de que el régimen
Bolchevique fundara el Comité “los que no tienen
dios”, uno de sus miembros fue a dar una conferencia ateísta
y después de exponer sus pruebas definitivas de que Dios
no existe, pidió a la audiencia plantear sus comentarios
o dudas. Un sacerdote, vestido de civil, se puso de pie y dijo:
“Cristo ha resucitado”, y una voz unánime del
auditorio le contestó: “En verdad ha resucitado.”
Los ornamentos de los sacerdotes y las cubiertas
del altar son blancos; algunos de los fieles también, suelen
vestirse de blanco, símbolo de la iluminación que
la Iglesia nos otorga por el bautismo que es participación
en la muerte del Señor y en su Resurrección.
El Epitafio (el icono de la sepultura del Señor, con el
cual hicimos la procesión funeraria en el Viernes Santo)
se coloca en el altar toda la temporada pascual y sobre él
se celebra la Divina Liturgia, pues del sepulcro ha surgido la
vida.
Toda la temporada pascual, en la iglesia y en la casa, leemos
el Libro Hechos de los Apóstoles.
Pues, al leerlo nos introducimos en las alegres atmósferas
pascuales que dominaban en la primera Iglesia donde los Apóstoles,
con mucho valor y confianza, predicaban la muerte del Señor
y su Resurrección al tercer día.
El descenso al Hades
San Epifanio el Chipriota (315-403)
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...Adán, entre los presos en el Hades, escuchó los
pasos del Señor que se acercaba. Inmediatamente lo reconoció;
entonces se volteó hacia los que le rodeaban desde los siglos
y les dijo: “Amigos, estoy escuchando que se acerca a nosotros
una persona que si fuéramos dignos de que viniera aquí
estaríamos librados; si lo viéramos entre nosotros,
estaríamos rescatados del Hades. 
Mientras Adán hablaba a los condenados que estaban con
él, el Señor entró cargando el arma triunfal
de la Cruz. Al verlo, Adán grita con júbilo a todos
los difuntos: “¡El Señor está con todos
ustedes!, Cristo le contestó: “También con tu
espíritu.”
Luego lo toma de la mano, y lo eleva diciéndole: “Despierta
tú que duermes, y levántate de entre los muertos y
te iluminará Cristo (Ef. 5, 14). Yo soy Dios que por ti me
hice hijo tuyo. Ahora estás conmigo tú y toda tu descendencia;
con mi Poder Divino les otorgo la libertad. Digo a los encadenados:
‘salgan’, a los que están en la oscuridad: ‘revélense’,
y a los que están bajo la tierra: ‘resuciten’.
A ti, oh Adán, te digo: despierta de tu eterno sueño.
No te hice para ser encadenado en el Hades. Levántate de
entre los muertos pues Yo soy la vida de los difuntos: elévate,
tú a quien hice según mi imagen. Partamos de aquí,
pues estás en mí y yo en ti; por ti tomé la
imagen de siervo; por ti bajé a la tierra y a las partes
más bajas, Yo, que soy más Alto que los cielos. Por
ti me hice un hombre que no tiene auxilio, relegado entre los muertos.
Por ti, que saliste del jardín del paraíso, en un
jardín fui entregado a los judíos y en un huerto,
crucificado...
(de la homilía de San
Epifanio, obispo de Chipre, sobre el descenso triunfador de Cristo
al hades, que se lee en los monasterios en el Sábado de Luz)
El sepulcro vacío
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Los primeros testigos de la realidad del sepulcro vacío
–según los cuatro evangelios– son María
Magdalena y las otras mujeres; Juan menciona solamente a Magdalena,
pero esto no descarta la posibilidad de que las otras mujeres se
hallaran con ella; y ratifica a esta posibilidad el uso de plural
en las palabras de Magdalena: “No sabemos donde lo pusieron”
(Jn 20: 2). Aunque los evangelios eran redactados en un contexto
que no validaba el testimonio de la mujer, sin embargo, los cuatro
evangelistas registraron los nombres de estas mujeres y documentaron
su testimonio, a tal grado que su importancia superó la de
la llegada de Pedro y Juan al sepulcro vacío. Pues si su
testimonio no hubiera sido sincero y auténtico, los evangelistas
no lo hubieran subrayado de tal manera.
En el evangelio según san Marcos, el Ángel anuncia
a las mujeres que el hecho de la Resurrección se ha consumado:
“Ha resucitado”; pero no hay, absolutamente ninguna
referencia al momento de la Resurrección. En el evangelio
según san Mateo, el Ángel baja del cielo y retira
la piedra, no para que ayude a Cristo a salir de su sepulcro, sino
para que facilite a las mujeres el acceso al sepulcro vacío
ya, a fin de que ellas verifiquen que el Salvador “ha resucitado”
(Mt 28: 2). Esto es lo que el icono bizantino ilustra: jamás
expone el acontecimiento de la salida de Cristo del sepulcro –como
sí ha prevalecido en el Occidente–, sino que conserva
dos ilustraciones tradicionales de la Resurrección:
- El icono del descenso al Hades como un testimonio teológico
de lo sucedido.
- El icono del Sepulcro vacío como un testimonio histórico
de lo sucedido.
El Domingo Nuevo
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Al Domingo de santo Tomás
se le llama también el Domingo
nuevo, porque es el primero después
del de Pascua. Y la  semana
anterior a éste, llamada “de Renovaciones”,
es considerada como un solo día pascual,
en el que todo ha sido renovado. “No hay
nada nuevo bajo el sol”, dice la Escritura.
Lo único nuevo a nuestro mundo es que
Cristo ha resucitado, y el domingo de hoy anuncia
esta novedad que debería sellar nuestra
vida entera: “Cristo ha resucitado.”
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“Estando cerradas las puertas [...], se
presentó Jesús...” Y habiendo resucitado
en el cuerpo dijo: “palpadme y ved que un espíritu
no tiene carne y huesos como veis que yo tengo” (Lc.24,
39). Sin embargo, el cuerpo del Resucitado, como incorruptible
que es, no está sometido a las leyes y limitaciones del
mundo corrupto. Por eso entró estando serradas las puertas,
y también había salido del sepulcro sellado con
una piedra grande. San Pablo así describe la resurrección:
“Se siembra un cuerpo natural, y resucita un cuerpo
espiritual.” Entonces Cristo, con su resurrección,
llevó nuestra naturaleza corrupta al campo de la incorruptibilidad,
de la eternidad.
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“Qué graciosa es la duda de Tomás...”,
dice uno de los cantos del Domingo Nuevo; pues Tomás
con su incredulidad hizo confirmar a Jesús, el presente
entre los discípulos, que es el mismo que fue crucificado,
y que no era un espíritu o fantasma; lo que dispuso que
fuese la prueba más firme de la resurrección del
Salvador. La duda de Tomás se transformó
en fuerza y fe inmovible para todas las generaciones venideras.
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“¡Señor mío y Dios
mío!” Éste fue el Credo que Tomás
anunció al tocar el Costado puro. La novedad de dicha
confesión se encuentra en llamar a Cristo “Dios”;
pues si bien es común escuchar a los apóstoles
llamarle “Señor”, aquí Tomás
descarta cualquier tibieza respeto a la divinidad
de Cristo, llamándolo: “Dios mío”.
Cabe mencionar que en el texto griego original, la expresión
es acompañada con el artículo, “el Dios
mío”, lo que confirma el propósito de
Tomás: Tú eres el único Dios que antiguamente
te llamaron Yahvé, el Creador y Redentor, por Quien
hemos sido renovados.
Las Mirroforas: valentía de fe
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Todos amamos, pero pocos se atreven a amar a los otros más
que a sí mismos; que amemos es algo natural, pero el amor
que expone el Evangelio necesita mucha valentía. Con dicha
valentía, las mujeres Mirróforas se dirigieron hacia
el sepulcro del crucificado sin temor alguno ni de las críticas
de los jerarcas, ni de la crueldad de los soldados que vigilaban
el sepulcro; pues, “pasado el Sábado” -en el
cual no se les permitía ejercer ninguna acción- madrugaron
ante el sepulcro para embalsamar a quien amaron verdaderamente.
Esta valentía tiene como criterio la sabiduría de
la fe que, según el mundo, es locura, ya que requiere de
mucho riesgo “la fe es la certeza de lo que se espera y la
convicción en cosas que no se ven” (Heb. 11, 1). Pero
si la fe es el criterio de la valentía, esta última
es el índice de la primera “quien se avergüence
de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará
el Hijo del hombre, cuando venga en su Gloria...” (Lc.9, 26).
La valentía y la iniciativa amorosa hizo de la Mirróforas
las primeras que atestiguaron la Resurrección de Cristo.
Arriesguemos como ellas para obtener la alegría que han tenido
y para anunciarla.
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